Próxima presentación del disco

MARIO MOTA MARTÍNEZ “MUSEO DE RUIDOS, LUPANAR DE SONIDOS. UNA ARQUEOLOGÍA DEL PAISAJE SONORO DE LA CUENCA Y LA CIUDAD DE MÉXICO. LA VILLA DE GUADALUPE”

Cero Records

  • 1.- Vero ritratto della Ssma Vergine di Guadalupe nel Messico 40:08
  • 2.- Apocalipsis 10:23
  • 3.- San Miguel Arcángel y el Señor Santiago 20:08
  • 4.- Pandemonium 4:33

 

La parvada angélica, truenos, arcángeles y querubines, sobrevuelan cerro y cúpulas de Guadalupe. Comandados por Miguel, patrullan los cielos cantando y tañendo sus guitarritas; engolfados, retóricos, regordetes, resoplan sus aflautadas melodías en tanto aguardan el ataque de las hordas aeróbicas de maléficos chacuacos que, cuchichean los tabloides, farfullan su satancuáquica misión: el hurto de la imagen atemporal de la Guadalupana.

A flor de tierra, campanas, plegarias, órganos, atabales, cohetones, cánticos, tráfico, ladridos, saturan con su estruendo el espacio atrial Mariano; la filigrana acústica que se esparce por las avenidas aéreas edifica obstáculos invisibles que dificultan las evoluciones seráficas. ¿Cómo surcar los aigres sin estrellarse una y otra y otra vez con la urdimbre sonora? ¿De qué manera los querubes sortearían las pinceladas aéreas para evadir la telaraña rumorosa que enmaraña su divino plumaje? ¿Convendrá a los intereses pínguicos perpetuar semejante constructo? ¿A prueba la Voluntad de la Majestad Divina? O, ¿sería la oportunidad que el ser siniestro, Temeluchus, líder del Tartaruchi, anheló siempre para favorecer la debacle de las celestiales huestes?

Los cuacos de Santiago Apóstol bufan ansiosos; su monumental estampida provoca allá abajo un suspiro estentóreo de la multitud devota. Es doce de diciembre; son las doce del día; ¿el año?, 2012; danzan Florípez y los Doce Pares de Francia; los doce Apóstoles abandonan la mesa y Cristo solloza solitario; do ce casca be les lle van miiiissss ca baaa llos por la caaa rre te ee ra, salmodia Santiago provocando el enfado de los querubines. Doce demonios enfrentan a una docena de angelitos brunos. Comienza la batalla.

Los seráficos fluidos y las entrañas de los vástagos de Belcebú se derraman sobre la Plaza; multicolores, tiñen las líneas en fuga de lo sonoro. ¡Qué peculiares las sicalípticas secreciones psicodélicas de estos seres! Las alturas del atrio se saturan de trazos policromos: verde lo percutido, amarillo lo silbado, rojo lo campánico, azul lo pregonado. Lágrimas, moco, tripas y sudor. Las gOrdas y laaaargas verdolagas de los barrabases coludos no soportan la célica visión. Sucumben a la contemplación de la breve turba de los asexuados serafines. La simiente inmaculadamente carmesí de los voluptuosos pingos se tiñe de diamante; estalla lúbrica pues no tolera la belleza de lxs hermosuras alad@s.

Arquitecturas sonoras: La trama acústica se desparrama en mil epifanías al iluminarse el firmamento de iridiscentes pinturas. ¡Ay qué envidia! ¡Cuánta Gracia!, aclaman las Reboceras de la Piedad. Esculturas sonoras: Un no sé qué susurrante se pasea cabizbajo entre los rabelitos y penachos. Las monjas palidecen, oran, se santiguan. El órgano monumental de repente desafina; las cascadas de La Ofrenda invierten su caída; los lunáticos bullicios ya se callan y ensordecen. El Divino Pintor casi blasfema, pierde sus gomas, demanda silencio a sus pinceles.

El efecto sonoro se hace inaudible; el final de la batalla no nos incumbe; sólo quedan en la memoria los ecos de la mixtura sonora; el silencio cobra materia, lo inmaterial se vuelve tangible; el ruido vuelve lo humano inasible, profundo, invisible. La melancolía del escándalo queda cautiva en el manicomio de la carne. El oído y la memoria se maridan; son la capilla del sonido, el silencio y los ruidos.