Tracking
- 1-. Exordio (Epílogo) 5:12
- 2-. Calipso (Ausencia) 3:03
- 3-. Nadie (Odiseo) 4:49
- 4-. Nausícaa (Mar) 3:08
- 5-. Circe (Niebla) 4:53
- 6-. Escudo (Torre) 5:42
- 7-. Escila (Caribdis) 1:53
- 8-. Eolo (Proteo) 6:51
- 9-. Hades (Tiresias) 3:11
- 10-. [Hexagram 57] 13:23
Músicos
Wilfrido Terrazas: flautas
Créditos
- Toda la música de este disco fue compuesta por Wilfrido Terrazas.
- Grabación por Andrew Munsey en el Studio A, Warren Lecture Hall, UC San Diego, 22 y 23 de enero de 2019.
- Mezcla y masterización por Ramón del Buey en El Palacio de Asturias, Ciudad de México, agosto-septiembre de 2019.
- Fotografía por Alex Espinosa.
- Producción musical por Wilfrido Terrazas.
- Diseño gráfico por Juan Pablo Betancourt.
- Producción fonograma por Alejandro Colavita.
Libro
Reseñas
Wilfrido Terrazas – Ítaca
WILFRIDO TERRAZAS
ÍTACA
[Dos notas breves para el disco]
Para Nuria Manzur, Aeda y Luz Pura
1. Ensenada/Ítaca
En la partitura de Ítaca, viaje para un flautista, se puede leer que la escribí entre el 19 de julio y el 9 de agosto de 2012. Pero la verdad es que esa obra la empecé a componer mucho tiempo antes. ¿Cuándo, exactamente? No sé. Quizá la primera vez que contemplé con atención, conmovido, la silueta de dragón, posado en las aguas del Pacífico, de la Isla de Todos Santos. Quizá la concebí la primera vez que viajé fuera de Ensenada, la primera vez que sentí ese hueco, sordo y doloroso, que sigo sintiendo cada que me voy. Quizá fue cuando leí La Ilíada y La Odisea por primera vez, a los 8 o 9 años de edad. Aunque, seguramente, la respuesta correcta está todavía en una fecha anterior, en algún momento del año 1975, cuando, siendo yo un bebé de meses de nacido, mis padres decidieron venirse a vivir a este, que, ahora lo entiendo, es el pueblo más raro de México. Mucha gente siente una inexplicable atracción por Ensenada. Mi jefe solía decir que era un lugar magnético. Yo eso no lo sé. Sólo sé que aquí suceden cosas que no suceden en ningún otro lado y que mi música está anclada aquí, como en Ítaca lo están el reino, la familia, la memoria, la imaginación y el corazón de Odiseo.
Escribí Ítaca mientras realizaba, gracias a una beca del Gobierno Mexicano, una residencia artística en el Centro Jónico para las Artes y la Cultura, en el minúsculo pueblo de Metaxata, localizado en la isla de Cefalonia, Grecia. Estuve ahí casi dos meses. Ahí mismo realicé el estreno mundial de la obra, el 21 de agosto de 2012. Ítaca marca un parteaguas muy importante en mi música. Hay muchas razones para tal consideración. Exploraré aquí dos de las razones con más peso. La primera gran razón es que Ítaca fue la primera respuesta realmente convincente a la gran pregunta que me había hecho, de muchas maneras, por 20 años: ¿qué tipo de música quiero escribir? Me tomó muchos años entender que lo que más me interesaba era escribir un tipo de música que estuviera en lo que yo llamo el centro equidistante que existe entre composición e improvisación. Una especie de Santo Grial personal, una música mitad planeada, mitad espontánea. Si bien empecé a escribir música desde adolescente, por mucho tiempo me sentí inhibido e inseguro de si realmente quería componer, y le di prioridad total a mi desarrollo como intérprete, así que fueron muy pocas las composiciones que terminé entre 1992 y 2005. En una segunda etapa compositiva, entre 2006 y principios de 2012, empecé a explorar varios tipos de escritura abierta que dieran cabida a la improvisación y la colaboración. Esos intentos iniciales empezaron a tomar un rumbo más claro a partir de mi encuentro con uno de mis héroes, el gran Roscoe Mitchell, en otra residencia artística, en la Florida, en 2011. En Ítaca, se sintetizan y refinan varias de esas ideas, pero también se proponen nuevas, algunas de las cuales se han convertido en la arquitectura central de mi música posterior. Podría destacar aquí dos de esas ideas: la temporalidad móvil y los módulos de crecimiento. La idea de temporalidad móvil, que utilicé por primera vez en mi pieza Retrato de Walter Lärmer (2011-12), para ensamble, es algo que tomé prestado de las músicas tradicionales. En ellas no hay metrónomos ni cronómetros. Los músicos exploran la pieza en cuestión y, después de probar varias, deciden cuál es la temporalidad que mejor les ajusta para las necesidades de la ocasión. La instrucción en mis partituras reza: “como si se estuviera tratando de encontrar una tradición oral escondida de la pieza”. La idea de temporalidad móvil nos propone imaginar una tradición oral para una música que todavía no existe, o que ha existido sólo recientemente. A su vez, los módulos de crecimiento son agrupaciones de material musical, que le deben mucho a otros tipos de escritura modular, pero que tienen la particularidad de que el material que contienen es sólo una plataforma, un punto de partida para improvisar. Los módulos de crecimiento presentan varias características que los hacen mucho más flexibles y abiertos en comparación con otras escrituras modulares. Por ejemplo, no es necesario tocar todo el material, ni respetar el orden en el que éste está escrito. Una vez que se explora el material escrito, la improvisación bien puede llevar a materiales que no estén relacionados de manera obvia con los originales. Tampoco es esta una idea nueva, por supuesto. La notación en el jazz, por ejemplo, funciona de maneras similares. Los módulos de crecimiento son una síntesis de ideas que ya existían, pero que, hasta donde yo sé, nadie había puesto juntas. Como bien señaló mi querida amiga Nuria Manzur cuando se los expliqué: “¡A huevo! ¡Eres como el güey que inventó los Post-It!”
La segunda gran razón por la cual creo que Ítaca representa un punto de quiebre en mi obra compositiva es porque resume mi muy larga fascinación con la cultura griega, tanto antigua como moderna. Ya mencioné que leí a Homero en mi infancia. A partir de ahí, Grecia ocupó un lugar especial en mi imaginación y sensibilidad. “Crecí junto al Pacífico, soñando con el Mediterráneo”, escribí alguna vez. Quizá la presencia más fuerte de Grecia en mi obra sea la idea de nostos. Ciertamente Ítaca está completamente impregnada de ella. El viaje que nunca termina. El dolor ineludible que conlleva. El viaje de regreso al lugar de origen que quizá ya no exista, o que quizá nunca existió. Todo lo que se aprende en el trayecto, y también todo lo que se pierde. Ítaca es mi lectura, muy personal, de la idea griega de nostos. Y también es una narración, abierta, inacabada, porque no podría ser de otra manera, de mi propio viaje.
Muchos artistas y pensadores griegos han tenido una fuerte influencia en mi trabajo y en mi vida. Heráclito y Parménides; Xenakis, a cuya música dediqué años de estudio; Cavafis, cuyo poema homónimo Ítaca fue una inspiración importante para esta obra; Seferis, Elytis, Angelopoulos…pero ninguno como Homero. El primero y más grande maestro. Cada una de las piezas que integran Ítaca, viaje para un flautista está inspirada en imágenes, situaciones o personajes homéricos. En cada una, asimismo, se exploran materiales musicales específicos, que hacen que cada pieza tenga una identidad muy clara.